Una noche de verano del año 2002, regresaba yo de un viaje desde San Juan, Puerto Rico, al aeropuerto de Orlando. Era la primera vez que tenía que tomar el tren hacia el terminal principal. Recuerdo que llevaba ropa y zapatos cómodos, por si tenía que pernoctar o correr. Al entrar al tren, ya todos los asientos estaban ocupados y solo había frente a mí un barrote y un jovencito delgadito como de 18 años. Él estaba agarrado del barrote y yo, simplemente decidí pararme con firmeza para no colocar mi mano cerca a la suya ya que, por mi ignorancia, me daba vergüenza que fuera a pensar otra cosa.
Para mi desgracia, al arrancar el tren, di un fuerte “jamaqueo” (movimiento brusco) que mi primera reacción fue la de agarrar el brazo del pobre muchacho al que terminé “jamaqueando” aún más fuerte al intentar no caerme. Su cara de susto aún la llevo grabada en mi mente.
Esta experiencia, aunque hoy me parece muy graciosa, me dejó una gran lección espiritual. Muchas veces, nos confiamos demasiado en las cosas superficiales que llevamos puestas a lo largo de nuestra vida; pueden ser nuestros logros académicos, éxitos profesionales, títulos, experiencias o sabiduría humana. Y no digo que todo eso esté mal pues todo, de alguna manera, nos sirve para algún propósito. Pero, antes de venir “jamaqueos” inesperados en nuestra vida, pensamos que no necesitamos sujetarnos a nadie ni mucho menos necesitamos de Dios, quien es el “barrote” firme.
Dice la Palabra en 1 Corintios 10:12 “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” También dice en Efesios 5:21 “sujetaos los unos a los otros en el temor de Dios.”
Así como en mi anécdota, pasa que, al venir el problema o la crisis inesperada nuestra vida, luego se nos hace tarde razonar y lo primero que hacemos es tener la actitud reactiva de agarrarnos bruscamente de personas que ni conocemos ni sabemos si nos pueden sustentar en un momento como ese. Y lo más triste de todo es que, hasta podemos terminar perjudicando a esa persona, haciéndola tambalear en su fe.
Es por eso que es menester que sepamos qué personas pueden ser de gran apoyo para nosotros, pero, sobre todo, saber que Cristo siempre está a nuestra disposición y que, ante los movimientos bruscos e inesperados de nuestra vida, lo mejor es ya estar agarrados de él “…porque separados de él, nada podemos hacer.”(Jn.15:5)