¡Alégrate, oh pueblo de Sion! ¡Grita de triunfo, oh pueblo de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti. Él es justo y victorioso, pero es humilde, montado en un burro: montado en la cría de una burra. Quitaré los carros de guerra de Israel y los caballos de guerra de Jerusalén. Destruiré todas las armas usadas en la batalla, y tu rey traerá paz a las naciones. Su reino se extenderá de mar a mar y desde el río Éufrates hasta los confines de la tierra. (Zacarías 9:8-10)
Me fascina el Domingo de Palmas porque el cumplimiento de esta escritura da a conocer que nuestro Dios es único. Para que entendiéramos que la excelencia de su gloria reposa únicamente sobre su persona y no sobre gobiernos de este mundo, ni sobre ejércitos, ni sobre castillos o riquezas el hizo su entrada triunfal de una manera tan sencilla y humilde como esta.
“Al día siguiente, cuando la gran multitud que había venido a la fiesta, oyó que Jesús venía a Jerusalén, tomaron hojas de las palmas y salieron a recibirle, y gritaban: ¡Hosanna! BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR, el Rey de Israel. Jesús, hallando un asnillo, se montó en él; como está escrito: NO TEMAS, HIJA DE SION; HE AQUI, TU REY VIENE, MONTADO EN UN POLLINO DE ASNA.” (Juan 12:12-14)
Celebramos hoy al gran Rey victorioso que venció todo lo físico, mortal y espiritual de este mundo para darnos libertad y vida en Él. Nuestra libertad y nuestra victoria reposa también únicamente sobre Él. Hoy también decimos: Hosanna, Sálvanos, y bendito eres tú Señor, nuestro gran Rey.