“No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:3-6).
¿Alguna vez te has sentido celoso por que alguien no te ha dado toda la atención que mereces y, por lo contrario, se distrae poniéndola en otro lugar? Podrás imaginar como se siente Dios cuando la creación que Él mismo creó con ese propósito inclina su corazón a otros lugares. Dios es deleitado por nuestra adoración. Él nos creó para que cumpliéramos ese propósito de deleitarlo a Él, amándolo y adorándole.
Los ídolos no son solo aquellas cosas que toman una imagen visible de una persona o un dios, como en la práctica antigua en las religiones. En la práctica moderna, y aun dentro del cristianismo, levantamos ídolos de otras maneras—entrenándolos en nuestro corazón. Estos ídolos no tienen una pequeña imagen que adoremos, pero nuestro corazón está inclinado a ellos en adoración y sometimiento—de la manera que solo debe estar inclinado al único Dios.
El pueblo de Israel convirtió la ley de Moises en un ídolo. Fíjate bien. La obsesión con cumplir la ley desvió el corazón de Israel de la relación pura y ordenada que Dios tenia como intención con ella—hasta el punto de no poder reconocer al Mesías prometido.
Un ídolo es todo aquello que toma el lugar único de adoración extrema e incuestionable que solo le corresponde a Dios, o aquello que mueve todo o parte de tu corazón del lugar de adoración exclusiva que le pertenece a Dios. Quizás aun así reservas algún lugar para Dios, pero Dios es celoso con esto, después de todo, solo Él es Dios.
Te podrás imaginar como se siente Dios viendo que otra cosa o persona está tomando la clase de adoración extrema que solo Él debe tener en tu corazón. No es que no tengamos personas o cosas que sean importantes, pero no deben tomar la clase de adoración que le pertenece a Dios.
Para considerar algunos ejemplos, hoy dia, las personas tienden a formar ídolos de sus cuerpos, de líderes y gobernantes, de bienes materiales y hasta de sus propios familiares y amigos. Considera las siguientes señales si quizás has puesto algo o alguien como un Dios en tu corazón:
Inhabilidad de desprenderte cuando es necesario.
Sometimiento irracional.
Búsqueda de lo deseado a todo costo.
Dentro del orden correcto de vida, Dios es el único que merece nuestra entera dependencia, apego, nuestro sometimiento incuestionable y nuestra búsqueda constante.
Nuestro cuerpo es el templo de Dios; cuida el templo, pero no te inclines a él. Honra a las personas en tus relaciones y a tus líderes, pero no las eleves al lugar de Dios. No te inclines a la cultura, ni a la necesidad de ser aceptado por otros. Busca realizarte y superarte, pero no hagas de esto la meta insaciable de tu vida.
Cuando tenemos nuestro corazón en orden, las cosas fluyen bien con la ayuda de Dios a pesar de las dificultades. Por lo contrario, cuando inevitablemente llegan las dificultades en la vida y la adoración en nuestro corazón está en desorden, la crisis se vuelve insuperable, entramos en ciclos y no salimos y parece que nuestros ojos se han cegado y no podemos encaminarnos correctamente.
Ama al Señor como que solo Él es el Señor— con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Ama a tu prójimo como a tu mismo (Mateo 22:30-31). Todos estamos por debajo de Dios. No eleves ninguna otra cosa en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra a ese lugar de Dios en tu corazón. Los ídolos modernos se caen cuando entronamos a Dios como el único dueño de nuestro corazón. Solo Dios fue quien lo creó y quién pagó un precio muy alto por él. Solo Dios merece cada fibra y cada latido en él.