“Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa.”(Hebreos 10:23)
Hay momentos en que mantener la esperanza parece ilógico y una perdida de tiempo. Alzar tus manos rindiéndote a la desesperación y echar al sepulcro la esperanza que es combustible a tu agonía es la tentación del corazón.
Dice un proverbio: “La esperanza que se demora aflige al corazón; el deseo cumplido es un árbol de vida.” (Prov 13:12).
Mientras la esperanza de las cosas que quisiéramos ver cambiadas son necesidades reales e importantes, mantener la esperanza en lo que no podemos cambiar, puede resultar agonizante. Hoy quiero invitarte a canalizar tu esperanza de una manera que siempre resultará en sentimientos de aliento a tu corazón.
Si el deseo preciso de tu corazón sera cumplido o no, eso no lo sé. Si mantienes tu corazón en lo que estas esperando, tu corazón quedará vacío y afligido, pero si mantienes tu corazón en aquél en quien ya todas las promesas fueron cumplidas, tu corazón quedará esperanzado en vida.
Nuestra esperanza está viva y debemos mantenerla viva en todo tiempo. Esa esperanza vino en forma de niño en un pesebre y ha prometido enjugar toda lágrima de tus ojos y sus palabras son fieles y verdaderas. (Apocalipsis 21:4)
Dios ha cumplido todas las promesas que nosotros necesitaríamos enviando a su hijo por nosotros y cumpliendo así: compañía, consuelo, paz, amor, victoria, fuerza, auxilio, refugio y mucho más.
“Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo con un resonante «¡sí!», y por medio de Cristo, nuestro «amén» (que significa «sí») se eleva a Dios para su gloria.” (2 Cor 1:20)
Nuestra respuesta a esas promesas y a esa esperanza viva debe ser siempre un fuerte —”¡Amen!”—que se eleve a Dios para su gloria. Así que quizás hoy, es necesario tomar pala en mano para rescatar tus sueños sepultados y entregarlos a la esperanza que tenemos en Cristo.
Si sus promesas son fieles, entonces mantendremos nuestra esperanza viva en Él únicamente. Si Dios ha respondido con un “Sí” a las promesas en Cristo, yo viviré respondiendo con un firme “Amén” ante cada uno de esas situaciones que retan mi esperanza.