Una tarde de playa, mis hijos y mi esposo se sumergían en el agua justo en frente de mí mientras yo los observaba sentada en la arena. En el vaivén de las olas, yo podía notar cómo sutilmente se iban moviendo hacia la derecha de manera constante, sin fijarse donde yo permanecía sentada. Luego de varios minutos, al salir del agua, mi hijo mayor me cuestionó el por qué me moví de sitio y con amor tuve que explicarle que esa era sólo su perspectiva pero que la realidad era otra; no fui yo quien se movió de sitio sino él.
Creo que justo pasa con nuestra vida con el vaivén de las corrientes de este mundo de las cuales la Biblia hace mención en Romanos 12:2 y Efesios 2:2; comenzamos caminando derecho con Dios pero poco a poco, al apartar nuestra mirada de Él, nos vamos conformando con ellas hasta alejarnos y al final, cuando regresamos a la orilla, pensamos que ha sido Dios quien ha cambiado y se ha alejado de nosotros.
Esto me lleva a reflexionar que siempre debemos pedirle a Dios que nos ayude a mirar la vida desde su perspectiva y no la nuestra, reconociendo nuestros errores y recordando lo que dice su Palabra en Isaías 55:8-9:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.”
