Me pregunto cuántos se sienten de la misma manera. Cuando sabes que algo es real, no puedes conformarte con imitaciones. Si hay algo que quiero para mi vida es ser real y tener una relación genuina y auténtica con Dios y una experiencia de fe.
Si no tenemos cuidado, podrÃamos ceder fácilmente a nuestras emociones dejando que guÃen el camino para mostrar la experiencia con Dios que nos imaginamos. Cuando nuestras vidas están dirigidas hacia nuestros propios objetivos de ocio (no hacia los de Dios), nuestras emociones toman la delantera y podemos interpretarlas como sensaciones divinas o generadas por Dios.
¿Cómo hacemos esto? Reemplazamos esos problemas o aspectos difÃciles de nosotros mismos –donde Dios quiere tener una palabra de corrección, un mandamiento o una instrucción– con nuestros propios pensamientos, conclusiones y justificación hacia nosotros mismos o incluso una clara indiferencia hacia el asunto.
De lo que no nos damos cuenta es que, cuando hacemos esto, Dios no es nuestro centro. Solo estamos centrados, motivados y motivados por nosotros mismos. Al hacer esto, nuestra espiritualidad sigue siendo infructuosa y sin un propósito real; solo está ornamentada por otras cosas que hemos autoproclamado como de importancia vital. Puede verse bonito desde algunos ángulos, pero la imagen completa es una vida tropezada con muchas contradicciones y eso no es bonito. Tendemos a estar bien con eso, pero el hecho es que no funcionará si estamos tratando de tener una relación con Dios. Bueno, si queremos tener una real.
En contraste con dejar que nuestros corazones sean el diseñador y el comandante de nuestro camino espiritual; tener una relación real con Dios requiere sumisión espiritual, lo cual no es algo fácil de hacer. Esta es probablemente la razón por la cual tantos terminan conformándose con la versión imitativa de caminar con Cristo.
“Entonces Jesús dijo a sus discÃpulos: El que quiera ser mi discÃpulo, niéguese a sà mismo, y tome su cruz, y sÃgame”. Mateo 16:24
Someterse espiritualmente a Dios requiere que muramos a nuestro propio ser para que Cristo pueda vivir en nosotros. Esto significa que someteremos a Dios las áreas más oscuras y ocultas de nuestras personalidades para que puedan ser tratadas y cambiadas a lo que Dios quiere y aprueba. Significa que todos los dÃas le dejamos a Dios ser el Maestro trabajando en nosotros. Si queremos vivir una relación genuina con Dios, tenemos que ser conscientes de sus implicaciones y no podemos permitir que nuestros corazones desempeñen el papel.
¿Qué hacemos entonces? Nos rendimos. Nos presentamos honestos a Dios. Nos mostramos diligentemente a nosotros mismos contra la Palabra viendo si en realidad estamos complaciendo a Dios.
“Entonces, si crees que estás firme, ¡ten cuidado de no caer! “1 Cor. 10:12
Mantenemos un corazón que constantemente pregunta: ¿Cómo puedo ser más como Jesús? ¿PodrÃa estar equivocado? ¿Qué es lo correcto? No nos conformamos. Buscamos la mejorÃa continua entendiendo que siempre habrá una oportunidad para cambiar y crecer.
Gritamos y rogamos al Señor como en el Salmo 51: “Crea en mà un corazón puro, oh Dios, y renueve un espÃritu firme dentro de mà “. “No te deleitas en el sacrificio, o yo lo traerÃa;     no te agradan los holocaustos. Mi sacrificio, oh Dios, es un espÃritu quebrantado; un corazón roto y contrito usted, Dios, no despreciará “.