Una mujer con fama de pecadora interrumpe con llanto la visita de Jesús en casa de un fariseo para derramar su alma ante El. Con lágrimas regó sus pies, los secó y los perfumó. Esto es sÃmbolo de gran humildad, humillación y agradecimiento.
Lucas 7: 36-50
Me imagino a esta mujer pecadora, un alma sintiendose miserable por sus pecados y cansada de vivir en ellos. Escucha hablar de el MesÃas—de su misericordia, de que salva, de que su mensaje restaura—y se apresura a El buscando su perdón, nueva vida y transformación.
Asà mismo todos nosotros, en algún momento, vinimos a Jesús. Es el momento en que eres convencido de tus pecados ó faltas, y queriendo agradar a ese gran Rey, nos rendimos en arrepentimiento. Luego, encontrando en El perdón y restauración, vivimos eternamente conmovidos y agradecidos.
No importa quien seas ó lo que hayas hecho, la razón que deberÃa acercarte a Jesús es el arrepentimiento. Aún para aquellos que han nacido en el evangelio, debe haber una experiencia de convicción de pecados y transformación—porque para eso Cristo murió por todos.
Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Romanos 3:23
Y aún luego de habernos convertido, a lo largo de nuestra vida con Cristo, debe seguir manifestándose el arrepentimiento a medida que somos perfeccionados en este caminar.
Jesús le dice a los fariseos una parabola de dos deudores. ¿Cuan grande era tu deuda? ¿Cuanto te ha perdonado a ti el Señor?
Es interesante cómo Jesús dice que esta mujer se le perdonó mucho porque amó mucho, pero a quien poco se le perdona, poco ama. Parece que nuestra actitud de amor o de agradecimiento es paralela a cuanto también entendemos que hemos sido perdonados.
Los fariseos eran lÃderes religiosos, se proyectaban como personas rectas, estrictos en seguir reglas, soberbios, auto-suficientes, orgullosos en su liderazgo y ocupados en su apariencia. CarecÃan de compasión, misericordia, verdadera justicia y corazón—por tal razón siempre estaban en conflicto con Jesús.
Al meditar en esto, pienso en las personas que a pesar de haber conocido a Jesús, no dedican su vida a El. Pienso también en aquellas que, como los fariseos, no llevan frutos dignos de arrepentimiento, de amor, o de perdón en sus vidas. Y no es que a ellos no habÃa que perdonarles mucho, es que ellos no habÃan aceptado cuanto habÃan fallado.
Quizás esto nace de pensar que han sido suficientemente buenos y por tal razón, no han conocido la altura y la anchura de la gracia del perdón. Por otro lado, quizás se han olvidado de todo lo que Dios le ha perdonado o no han reconocido cuanto todavÃa se les continúa perdonando. Por ende, no puden demostrar con humildad el amor de Cristo en su perfección.
Es que cuando entendemos que Dios nos ha perdonado tanto, ¿Cómo vamos a negar a otros también el perdón? Cuando entendemos cómo Dios nos ha amado tanto, ¿Cómo vamos a negar a otros también ese amor?
Los fariseos no estaban tratando mal a Jesús en ese momento, de hecho habÃa sido invitado a comer en su casa. Sin embargo, no le dieron la cordialidad y el honor que se merecÃa un huésped como El.
A quien que se le perdona poco, poco ama.
Cuando hemos sido liberados de esa gran deuda, ¿Cómo no viviremos en total rendimiento y servicio ante El, cómo lo hizo esta mujer. Y cómo no vamos a proyectar también en nuestras vidas esa misma gracia que hemos recibido para con otros.
Vivamos humildemente teniendo en cuenta el constante y presente perdón de Dios para que asà podamos amar de igual manera.