En Lucas 8:43 leemos el relato de una mujer que padecía de un flujo de sangre por doce años. Sin embargo, no se especifica si esta mujer tenía muchos o pocos recursos económicos, pero si nos revela que todo lo que tenía lo había gastado para buscar una solución a su problema que también la hacía inmunda ante la sociedad. Cargar su enfermedad era mas doloroso al ver las miradas de desprecio de todos—como si hubiese sido una enfermedad causada por ella.
En el 2019 comencé a sentir fuertes dolores de espalda que no se mejoraban con ningún medicamento. En dos ocasiones fui al doctor y me dijo:
“No tengo idea de lo que pueda estar causando ese dolor así que te haremos una Resonancia Magnética”.
Cuando llegaron los resultados mi Doctor me miró con mucha preocupación y me dijo:
“Tienes una condición llamada Quistes de Tarlov y debes ir a un Neurocirujano para buscar una solución.”
En unos meses cerraron todo el país y los doctores solo veían pacientes con emergencias.
Tuve que esperar 2 largos meses para hablar con este especialista el cual me dió medicamentos que nunca me ayudaron. Pasé por procesos de terapia física, medicamentos controlados, ejercicios, cambios de postura y hasta cirugía—en fin miles y miles de dólares gastados sin tener mejoría.
Aunque no fui maltratada como la mujer del flujo de sangre, sentía el peso de las miradas cuando buscando respuestas entre un especialista y otro, no me creían los síntomas que tenía mi cuerpo. Me puedo imaginar el desgaste físico de esta mujer, las dudas que venían a su mente y la decepción al ir de una persona a otra buscando remedio a su situación.
Tanto la mujer del flujo como yo—cansadas de confiar en el hombre para encontrar una solución a nuestro problema de salud—decidimos escuchar las voces que hablaban de un Dios amoroso interesado en la salud de sus hijos.
Desconozco si esta mujer le servía al Dios vivo, pero yo le servía desde mi juventud. Lo vi sanar a muchos y hacer milagros. Una de las cosas que le preguntaba a Dios era: “Por qué a mi, si yo visitaba los hospitales y me acordaba de los enfermos como manda tu Palabra?”.
La mujer de nuestra historia posiblemente hizo preguntas parecidas a las mías. En su intimidad, abrumada y cansada de luchar decidió darle una oportunidad a aquél que había visto desde lejos y arriesgó su vida tocando su manto. Su fe hizo que la sanidad llegara a su cuerpo instantáneamente y desde aquel momento fue libre de la duda, el dolor, la soledad, la discriminación y la carga emocional.
En mi caso, la sanidad tardó 4 años en llegar. Mi fe fue probada como el oro durante todo este tiempo. Al saber que no había nada mas que el ser humano pudiera hacer por mi, me identifiqué con esta mujer.
Esa fe inquebrantable me llevó a reprogramar mi mente y creer con todas mis fuerzas en quien sanó a esta mujer. Jesús sigue vivo y aún recompensa la espera y la fe de los que le pedimos su favor.
Si te encuentras en una situación difícil donde no hay esperanza, aunque haya pasado mucho tiempo, recuerda que esta mujer con su fe inquebrantable nos sirve de ejemplo.
Ana I. González vive en Fort Pierce, Florida. Es puertorriqueña y cuenta con un BA en Educación Elemental, una Maestría en Educación Especial y una Certificación en Lectura, coronas adquiridas para beneficiar la Obra de Dios y ayudar a niños con necesidades especiales en un área de escasos recursos. Pertenece a la Iglesia “The Outside Church” donde ayuda en la enseñanza de la Palabra y ministerios dedicados a buscar las almas.
Hermoso!! Sigue escribiendo Anita. El mundo necesita más testimonios como el suyo. Es un orgullo verla en estas plataformas y sabemos que Dios tiene grandes planes con cada palabra escrita por su mano. Para mi refuerza mis fe y confianza en Dios que él sigue siendo sureño del tiempo en nuestras vidas y todo lo que pasa en la vida de sus hijos obra para bien aunque no entendamos y no lo vemos por el dolor y angustia.., pero llegará el día que Dios lo aclara todo.