Ella se despierta y se viste lo mejor que puede. Su mente está haciendo un enorme esfuerzo para concentrarse. De su cabeza no salen sus preocupaciones sobre su hijo, sobre su familia, sobre sí misma o sobre otra cosa.
Hay cosas que preferimos guardar para nosotras mismas. Pero algunas de nuestras cargas pueden necesitar un poco de aliento o un poco de simpatía por parte de la persona adecuada.
En ese momento, solo está esperando una hora: la hora del almuerzo. Sentada en esa mesa; ella sabe exactamente lo que encontrará. La persona correcta para su descarga.
Alguien a quien le importe.
Alguien que no necesita compartir lo que le confían.
Alguien que lo entienda.
Ocasionalmente, me he encontrado en la posición en la que alguien se abre conmigo para contarme sus problemas. Ella no era mi mejor amiga (ni teníamos que serlo), no salíamos juntas, ni hablamos por teléfono, pero habíamos compartido algún corto pero buen tiempo entre nosotras.
A lo largo de breves sesiones hemos intercambiado historias, gustos, disgustos, opiniones, creencias y risas. Eso puede ser sustancialmente suficiente para detectar la bondad honesta y confiable en alguien.
Además, ese día, simplemente yo estaba allí.
A veces, eso es todo lo que se necesita. Saber que hay alguien que entiende lo que son las relaciones. Alguien que entiende lo que es la maternidad. Alguien que entiende lo que es el trabajo y alguien que entiende lo que es llevar todo eso junto.
Cualquier lado de la mesa que hayas ocupado, ya sea el que está disponible o el que necesita a alguien, sabes que algún día puede ser tu turno para ocupar el otro lado de la mesa.
Si eres una de estas mujeres— Gracias.
Gracias por recibirlo. Gracias por tu empatía. Gracias por no juzgar.
Gracias por ser una hermana o una amiga disfrazada de una conocida remota. Gracias por no esperar nada a cambio.
Gracias por estar ahí para alguien en el momento preciso.
