Las ovejas tienen buena visión periférica, pero poca visión justo al frente de ellas. Debido a que sus ojos están en los lados de su cabeza, pueden ver muy bien a su alrededor, pero no muy bien al frente de ellas. Es por eso que estas tienden a dejarse guiar por la voz de su pastor, quien las cuida y las guía continuamente.
¿Alguna vez has contestado el teléfono y has reconocido quien te habla solo por su voz? Si queremos seguir a Jesús, debemos aprender a conocer su voz y ser guiados por Él—aun en medio de la falta de claridad por lo que está por delante.
En una ocasión, Jesús le dijo a un grupo de Judíos que lo cuestionaban:
“Yo ya les dije, y ustedes no me creen. La prueba es la obra que hago en nombre de mi Padre, pero ustedes no me creen porque no son mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen.” (Juan 10:25-27)
Nuestra intimidad y confianza en el Señor, debe llegar a ese nivel donde reconocemos su voz; por tanto, la escuchamos y la obedecemos. Puede que, espiritualmente, seamos como las ovejas y por eso el Señor usó esa metáfora. Tenemos muy buena visión para estar mirando lo que esta pasando al rededor de nosotros, pero que difícil se nos hace poder ver y discernir el camino que tenemos de frente. Gracias a Dios que para eso tenemos la voz del Señor. Él es el buen pastor que nos guía por delicados pastos y nos lleva a nuestro lugar seguro.
Así como le sucedió a Tomás cuando vió a Cristo resucitado, hay ocasiones que el milagro está justo al frente de nosotros, mas no podemos ver, ni creer. Si no es bajo nuestras propias condiciones, no queremos creer.
Tomás dijo: “No lo creeré a menos que vea las heridas de los clavos en sus manos, meta mis dedos en ellas y ponga mi mano dentro de la herida de su costado.” (Juan 20:25)
A menos que no sea a nuestra manera, no creeremos.
A menos que sea de cierta manera…
A menos que consiga esto…
A menos que pueda hacer esto…
A menos que (inserta tus condiciones aquí)…
Le ponemos al Señor nuestros propios términos y condiciones para poder creer. Sin embargo, nuestras condiciones tan solo le revelan a Jesús nuestra falta de fe en Él.
Jesús le contestó a Tomás: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. Ya no seas incrédulo. ¡Cree!”. (Juan 22:26)
Podemos ser fieles al Señor como Tomás—quien inclusive estaba dispuesto a morir con Jesús en su misión (Juan11:16)—y aun así, luchar con la falta de fe en ocasiones. El momento de duda de Tomás fue uno muy vulnerable, ya que los discípulos estaban pasando por el duelo y la incertidumbre de lidiar con la ausencia del Señor luego de su muerte.
En nuestros momentos vulnerables, cuando no podemos ver, agudicemos nuestros oídos para poder escuchar y discernir la voz del Señor que nos guía. Ese es el tipo de relación que Él desea con nosotros—que siendo conocidos por Él, podamos ser guiados por su voz. Pidamos al Señor que podamos aumentar nuestra confianza y nuestra fe incondicional en Él, a medida que escuchamos su voz.