Hace unas semanas tuve que ir a comprar zapatos ya que, por motivos de mi embarazo, ahora calzo media pulgada más. Quería encontrar zapatos bajitos, cerrados y cómodos a buen precio, pero para mi sorpresa, no encontré.
“¡Si yo fuera la Cenicienta, cualquiera otra se hubiera quedado con mi príncipe!” —exclamé con tono de frustración mientras recordaba mi historia infantil favorita.
Sin embargo, otro pensamiento más positivo cruzó luego por mi mente—porque de toda mala situación siempre trato de sacar algo bueno— “¡Qué bueno sería que así mismo otros se pusieran en mis zapatos de vez en cuando…!”
La empatía es una de las cualidades más importantes y necesarias que hacen que las personas sean más compasivas, más comprensivas, más bondadosas y más humanas. Es precisamente por eso que la Biblia nos exhorta a que, como hijos de Dios, marquemos la diferencia y que vivamos en armonía los unos con los otros; compartamos penas y alegrías, practiquemos el amor fraternal y seamos compasivos y humildes (1 Pedro 3:8).
Ser empáticos requiere de humildad—dejar toda conducta egoísta y vanidosa, despegar nuestra mirada de nuestra propia situación (o teléfono móvil) y ser prontos a escuchar y tardos para hablar (Santiago 1:19).
Creo que es una manera de sembrar para luego cosechar o lograr que otros “se pongan en nuestros zapatos” al nosotros pasar por situaciones difíciles. Tal vez no lograremos ganar un príncipe azul de cuentos de hadas, pero, de seguro, sí alegraremos el corazón de un gran Rey.