Cuantas veces pensamos que nadie escucha nuestra voz y aun estando alrededor de tanta gente nos sentimos solos y creemos que nadie nos entiende. Es como estar en un desierto donde solamente lo que escuchamos es nuestro eco.

Recuerdo mi infancia. Vivíamos en el campo, detrás de una montaña.  Desde pequeño mi padre tenía una yegua que soltaba en la montaña a comer. Esa montaña la conocíamos muy bien mis amigos y yo, ya que jugábamos mucho en el área.

En el 2005 a mi padre lo operan y  me pide que por favor  atienda a la yegua.  Para ese entonces ya estaba casado. Al llegar a casa de mis padres  me puse a atender a su yegüita y comencé a contemplar el lugar donde mis amigos y yo jugábamos hasta el cansancio.

Mientras caminaba por el lugar, sufrí una caída muy fuerte. El golpe que recibí fue tan  grande que comencé a gritar  y sorprendentemente nadie me  escuchó, ni tan siquiera los vecinos. No sé cómo logré llegar a casa de mis padres. Cuando mi esposa me vió mal herido corrió a ayudarme. Lo primero que les pregunte a todos fue: “¿NO ME ESCUCHARON?”

Gracias al Señor solo fueron unas puntadas en el pie. Todo estaba bien.

Si un golpe físico provocó un grito fuerte, cuanto más los gritos de desesperación y de frustración que salen de nuestra alma.  Por más  que alzamos nuestra voz nos sentimos que clamamos en un desierto donde no somos escuchados. El salmista David decia:

“Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a mi carne. Soy semejante al pelícano del desierto; Soy como el búho de las soledades;” (Salmo 102:5-6)

En varias ocasiones he estado en la misma posición que tú. Recuerdo una ocasión que ni los médicos sabían que estaba pasando con mi salud. Había recaído y el Lupus se estaba comportando de una manera inusual. Las piedras en los riñones aumentaban y los sincopes vasovagal era la orden del dia.

Me sentía cansado, no sabia que hacer. 

Una mañana cuando mi esposa me llevó de emergencia a la oficina médica, el médico cuando habla con nosotros nos hizo entender que era algo más emocional. De más está decirles que mi esposa se indignó en gran manera y mi corazón se entristeció. Por la noche me fui a mi área de juego y comencé a llorar. Era tanta la frustración que no salía ni una palabra. Sin embargo mi alma y mi espíritu decían:

“Escucha, Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Atiende a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti y esperaré.  (Salmo 5:1-3)

Así Él hizo. Él escuchó nuestro clamor, aclaró la mente de todos los que no entendían y hasta disculpas nos dieron. Todo se fue poniendo en su lugar. Hoy quiero decirte que no estás clamando solo en el desierto. Siempre habrá alguien que te escuchará. 

Dice la Biblia:

“Claman los justos, y Jehová oye, Y los libra de todas sus angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará Jehová.” (Salmo 34:17-19)

No dejes de alzar la voz. La ayuda viene pronto. Cuando esa ayuda venga a tu vida te aseguro que vas a Volver a Nacer.

Cuantas veces pensamos que nadie escucha nuestra voz y aun estando alrededor de tanta gente nos sentimos solos y creemos que nadie nos entiende. Si tú eres uno de los que alza tu voz y nadie te entiende pues este mensaje es para ti. Te invito a que lo leas el libro Volver a Nacer. Te sentirás identificado. Sera para ti una herramienta, un bálsamo que en medio de la prueba verás que hay esperanza. Y lo mejor de todo: vas a Volver a Nacer.


Josue Rivera

Josue Rivera es el autor del libro Volver a Nacer. En su libro, Josue narra como su fe ha hecho la diferencia para vivir y sobrellevar la condición Lupus Sistémica. Josue se ha destacado en varias funciones de liderazgo en la iglesia, inculyendo el ser miembro de la junta general. Josue vive en Puerto Rico con su esposa Monica, y se desenvuelve cómo exponente de la palabra, dando charlas en diversos lugares y colaborando en la iglesia.